Obviamente decimos "famoso" porque cualquier persona que haya puesto sus manos sobre un Family Game (como llamamos en Latinoamerica al Nintendo de 8 bits) tiene que haber jugado este juego. Y decimos "tiene", siguiendo con las aclaraciones, porque uno de cada 9 juegos de los de 599 en 1, tenía el Adventure Island, con la salvedad de que era nombrado como "Islander".
El juego salió en 1986 en Japón y es una readaptación del Wonderboy de los Arcades, pero con un par de cambios. Por un lado se ve que el diseñador del juego era un morocho resentido, como muchos de nosotros, porque en su pasaje de máquinas grandes a hogareñas, nuestro protagonista abandonó su blonda cabellera y adoptó pelaje negro y una gorra medio flogger.
Pero sacando ese detalle, Adventure Island y Wonderboy son iguales. Hasta los mapas de los niveles están casi calcados. En ambos casos, para pasar cada mundo, tenemos que derrotar a una especie de gigante que va cambiando su cabeza cada vez que lo vencemos.
Así, matando arañas, serpientes, pulpos y peces espadas, vamos acercándonos al jefe final, que obviamente es otro gigante con una cabeza nueva pero que se la banca un poco más. La recompensa luego de horas de frustración, trabándonos en los niveles forros esos de las plataformas que se mueven para todos lados, es llegar a rescatar a la inútil Tina que, como toda mujer de videojuegos de la época, no había podido hacer nada para evitar que la rapten como una verdadera boluda.
Por supuesto la historia no es lo que destacaba de este juego de Family que nos mantuvo horas puteando en frente de la pantalla. Por el contrario, lo sobresaliente es el nivel de dificultad elevado pero no excesivamente imposible, sólo lo suficiente para ilusionarnos y hacernos creer que podemos pasar el juego. Luego (obviamente) nos hacía calentar y gritar improperios a la pantalla cada vez que nos dábamos cuenta de que la plataforma en la que nos habíamos posicionado se caía, llevándonos a una muerte inevitable. También puteamos cada vez que descubríamos que el huevo maldito que rompimos liberaba a esa berenjena de mierda que nos perseguía por toda la pantalla robándonos la energía/tiempo que juntamos tan trabajósamente haciendo que nuestro protagonista se manggiara toda la fruta que estaba a su alcance con la dedicación de un vegetariano devoto.
Como verán, amigos, el Islander es como la vida misma, un ida y vuelta entre satisfacciones y desencantos que, inevitablemente, termina en la muerte. Pero no por frustrante lo dejo de recomendar. De hecho yo mismo lo retomo de tanto en tanto. Con la esperanza de algún dia pasarlo.
Pero sacando ese detalle, Adventure Island y Wonderboy son iguales. Hasta los mapas de los niveles están casi calcados. En ambos casos, para pasar cada mundo, tenemos que derrotar a una especie de gigante que va cambiando su cabeza cada vez que lo vencemos.
Así, matando arañas, serpientes, pulpos y peces espadas, vamos acercándonos al jefe final, que obviamente es otro gigante con una cabeza nueva pero que se la banca un poco más. La recompensa luego de horas de frustración, trabándonos en los niveles forros esos de las plataformas que se mueven para todos lados, es llegar a rescatar a la inútil Tina que, como toda mujer de videojuegos de la época, no había podido hacer nada para evitar que la rapten como una verdadera boluda.
Por supuesto la historia no es lo que destacaba de este juego de Family que nos mantuvo horas puteando en frente de la pantalla. Por el contrario, lo sobresaliente es el nivel de dificultad elevado pero no excesivamente imposible, sólo lo suficiente para ilusionarnos y hacernos creer que podemos pasar el juego. Luego (obviamente) nos hacía calentar y gritar improperios a la pantalla cada vez que nos dábamos cuenta de que la plataforma en la que nos habíamos posicionado se caía, llevándonos a una muerte inevitable. También puteamos cada vez que descubríamos que el huevo maldito que rompimos liberaba a esa berenjena de mierda que nos perseguía por toda la pantalla robándonos la energía/tiempo que juntamos tan trabajósamente haciendo que nuestro protagonista se manggiara toda la fruta que estaba a su alcance con la dedicación de un vegetariano devoto.
Como verán, amigos, el Islander es como la vida misma, un ida y vuelta entre satisfacciones y desencantos que, inevitablemente, termina en la muerte. Pero no por frustrante lo dejo de recomendar. De hecho yo mismo lo retomo de tanto en tanto. Con la esperanza de algún dia pasarlo.
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